Opinión

… Y que la pandemia nos iba a cambiar

Por Maria Fernanda Restrepo

Hace dos años nos encontrábamos a días de lo que parecía ser el fin de ese martirio que inició en marzo de 2020: la cuarentena. En Colombia, el 30 de mayo fue la primera de muchas fechas decretadas por el Gobierno Nacional para terminar con el encierro obligatorio que desencadenó la pandemia por COVID-19, y lejos estábamos de saber que vendría lo peor, cómo se vaticinaba diariamente en noticieros, redes sociales y pasillos de hospitales.

Cuando digo que vendría lo peor no me refiero precisamente a la lamentable cantidad de muertes y personas con secuelas a causa del virus, cifras que causaban escalofrío y que aún hoy, con el levantamiento de medidas restrictivas, todavía nos tiene a más de uno maniáticos del uso de tapabocas, gel antibacterial y saludo de puñito. Digo lo peor porque la pandemia disparó la descomposición social. La aparente solidaridad y llamado a la reflexión en los albores de marzo de 2020, fue una triste ilusión.

Las alarmas se encendían en China, pero aquí en Colombia, fieles a nuestra idiosincrasia, nunca pensamos que el Coronavirus iba a llegar por estos lados. Ante los primeros casos, la respuesta fue la esperada: por parte de los dirigentes se indicaba que todo estaba bajo control y podríamos manejarlo, no era necesario tomar medidas. Por su parte, los ciudadanos estaban más dispuestos a ignorar cualquier alarma y bromear con uno que otro meme al respecto.

Cuando el virus entró a Colombia, la reacción de sus habitantes no podía ser otra: escasez de papel higiénico, tapabocas y alcohol, pues todos salieron a abastecerse compulsivamente, porque primero me tengo que salvar yo. Amenazas de muerte a los primeros confirmados portadores del virus, golpizas al personal médico y funcionarios de clínicas y hospitales. Todo lo anterior en medio de la violación de la cuarentena, envueltos en una falsa sensación de que la pandemia nos haría una mejor sociedad.

Recuerdo que en esos días yo escribía para otro medio, pero las palabras de esa época no han perdido un ápice de vigencia: “En mi caso, por ejemplo, lo que primero se agotó fue la capacidad de asombro (…) creí que al estar todos obligados a sobrellevar condiciones tan difíciles de subsistencia, nos pondríamos la mano en el corazón por el prójimo para salir pronto de esto”, tecleé en ese momento.

Noticias nefastas siguieron apareciendo, una tras otra: aumento de casos de violencia intrafamiliar, desvío de dineros destinados a mercados para personas de escasos recursos afectadas por la cuarentena, robo de insumos en hospitales, crecimiento de cuadros de depresión y suicidios, familias que pasaron de tres a una comida diaria, negocios que cerraron dejando un caudal de desempleo, paros nacionales, inflación creciente, sólo por mencionar algunos.

Y mientras el colombiano promedio luchaba por subsistir, muchos de los honorables congresistas elegidos por nosotros, y otros funcionarios con la venia presidencial, hicieron feria con los recursos estatales. Hasta hace poco los congresistas querían seguir sesionando virtualmente, a muchos les sirvió estar fuera del ojo público para participar de cuanta fechoría pudieron y vacacionar, al parecer el virus solo se contagiaba en el capitolio. Pasaron de agache con sus tesis plagiadas, sus títulos falsos y sus movidas corruptas en las regiones, el virus los alejó de la opinión y del electorado, porque francamente nada hicieron por aportar una solución. Bien idos todos.

Nos encontramos ahora en pleno fervor de la campaña presidencial, atribulados aún por las recientes votaciones a senado y cámara. Tiramos a la basura una buena parte de las opciones de cambio, al elegir y reelegir candidatos investigados por corrupción, y hasta justificando amenazas de muerte. Los niños y adolescentes, ajenos a esas peleas de adultos porque ellos aún no votan, tampoco la tienen fácil: crecen preocupantemente los casos de matoneo en los colegios.

Dos años han pasado, y las noticias, francamente, son cada día más desalentadoras. La que pudo ser una oportunidad para replantearnos como comunidad, quedó aplastada por la condición innata del colombiano de reaccionar a todo con violencia y viveza, agregándole elevadas dosis de cinismo. Ignoro en gran medida como fue el comportamiento durante y post-pandemia en otros países, pero si la corrupción llegó a límites insospechados como aquí, sólo confirmo que la maldad humana -y no solo la mal llamada malicia indígena colombiana-no tiene techo.

Maria Fernanda Restrepo Torres. Comunicadora Social y Periodista, especialista en Comunicación Corporativa. Escritora incipiente y reportera de corazón.

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